En aquella noche tan oscura, aquel rayo lo había paralizado. Había colapsado tiempo y espacio derrumbando el cielo en los ojos de este muchacho.
Esa noche, Franco había querido salir a pasear, había querido despejarse un poco, bajo la luz de la luna, que tanto lo enamoraba. El rayo simplemente cayó en las cercanías del monte donde él caminaba. Este estalló casi por cinco segundos y por minutos más estuvo allí Franco, inmóvil. Allí mismo se acostó y se durmió.
Al despertar el sol lo encandilaba, lo maltrataba, sus sentidos se descontrolaban. Entre una extraña sensación de mezcla de sentidos, trató de volver a su casa.
Ojos muy expresivos, muy descontrolados, mente demasiado veloz.
-Ese día me lo encontré en la puerta del liceo. Los cuadernos bajo el brazo, campera negra con su respectiva capucha tapándole parte de los ojos- contaba un amigo el día de su entierro.
-che- me susurró al oído- ¿por qué tu corazón late tan fuerte?
-¿y por qué al tuyo no lo escucho?- respondí siguiendo la corriente.
-Porque lo perdí en el camino-.
Tras esta respuesta marchó, con los ojos perdidos intentando leer el rostro de cada uno de los que lo rodeaba, como si este reflejara el alma de cada uno- siguió su amigo recordando.
Solo aquella mirada, que tenía la luna, podía hacerlo abrir los ojos, de aquella manera tan inquietante. Una mirada, una profunda manifestación de amor era lo que lo llevaba, cada noche, hacia aquel monte desolado, oscuro, con aquella luna, brillando en el iluminado cielo.
Una noche, bajo la dulce lluvia de aquel hermoso lugar, Franco reconoció su cuerpo, tendido en un pequeño cráter, de brazos abiertos, contemplando la hermosa melodía de la lluvia, armonizada con el hermoso canto de los árboles.
Bruno San Martín
Muy bueno! :)
ResponderEliminar